Por: Misael Habana de los Santos
“Ginecocracia”: palabra de diccionario que suena a mármol griego, pero que en Chilpancingo se rozó con el tambor, la matraca y el mezcal.
Ahí, en el Polideportivo, Claudia Sheinbaum aterrizó rodeada de mujeres con cargo y con poder, mientras la liturgia morenista desplegaba su sorprendente guion de acarreados hidratados —diez mil botes de agua al entrar, veinte mil al salir del coso tanto sólo para los universitarios de la UAgro cumpliendo su cuota de ocho mil alumnos, maestros y saldañistas movilizados.
El mensaje presidencial no se salió del libreto:
• Cortesía al arranque: “La transformación avanza en Guerrero”.
• Apapacho a Félix: “sufrió en carne propia” los fraudes electorales.
• Reglazo fraterno: la ambición personal no puede estar por encima de la transformación.
• Catecismo político: reducción de la pobreza, carreteras, hospitales, transparencia, honestidad electoral.
Un discurso paritario, un templete dominado por mujeres —primera fila de mujeres y machones en un intento de integrarse a los nuevos tiempos—. Abelina Rodríguez, Beatriz Mojica, Karen Castrejón de un panismo nulo y sobrerrepresentado en Guerrero; Félix Salgado disfrazado ayer de humilde campesino; el rector de la UAgro, Javier Saldaña, seguro de que se respetarán acuerdos, levantando la mano con sus casi diez mil acarreados; el dirigente de Morena, Jacinto González, con centenas de seguidores, lo mismo que el delegado de Bienestar, Iván Hernández; el presidente del Congreso, Jesús Urióstegui, pequeño, perdido, solo con su soledad ¿y sus diputados? Dispersos, ajenos al pueblo y a una auténtico representación popular acorde a lo que predica la 4T. Leí por ahí algo que los describe “Su lealtad no es con la ciudadanía, sino con quienes financiaron sus campañas y les dieron protección”.
Un puñado de varones aplaudiendo con obediencia. Ensayo de ginecocracia tropical: un matriarcado en acto público, con los patriarcas mirando desde la segunda fila. La presidenta Claudia Sheinbaum en el centro, recomendando con afecto y sororidad a la gobernadora de Guerrero, Evelyn Salgado Pineda. Las jefas de jefas, dice el lenguaje del poder desde el templete.
El incidente
Pero en Guerrero siempre hay un segundo acto, y este vino con olor a sudor de empujón. Cuando un fotógrafo quiso salir del corral improvisado para prensa, se rompió el frágil cerco del protocolo. Lo que siguió fue un episodio de tragicomedia institucional:
Para Comunicación Social de Presidencia, el agresor era un miembro de su oficina. Para la prensa local, era un miembro del Estado Mayor Presidencial… ese cuerpo que oficialmente ya no existe, pero que en Chilpancingo parecía más vivo que nunca.
El periodista Sergio Ocampo —corresponsal de La Jornada y director de Radio UAgro— fue la víctima del empellón. Entre jaloneos, puñetazos y mentadas de madre que también duelen, quedó exhibido que ni la Cuarta Transformación ni la ginecocracia están blindadas contra viejas mañas de guardia pretoriana.
Al final, vinieron las disculpas oficiales, la promesa de sanción y la súplica humana: el propio Ocampo pidió que no corrieran al agresor, “porque él también tiene familia y estaba cumpliendo con su trabajo”. Una escena más guerrerense que el mezcal: violencia, perdón y solidaridad en el mismo trago.
El sello local
Porque ningún mitin en Guerrero está completo sin su jaloneo. El corral de prensa recordó a los viejos rituales priistas: periodistas como ganado, fotógrafos buscando la imagen y guaruras repartiendo manotazos. Lo nuevo se mezcló con lo viejo: la 4T con la coreografía de siempre.
Ocampo, curtido reportero de mil batallas, salió de la trifulca con algo más que un golpe: con el reconocimiento tácito de sus colegas, que saben que en Guerrero la crónica se escribe con cuerpo, voz y, a veces, con cicatrices.
Los bandos en la cancha
Mientras tanto, cada tribu aprovechó para medirse. Los felixistas con sus fieles de nómina y seguidores en redes. Los saldañistas con músculo universitario: ocho mil almas movilizadas. La alcaldesa Abelina López Rodríguez, más que un dolor de cabeza para el felixismo, sin abucheos y fuera de territorio Acapulco. Los alcaldes con su foto de souvenir. Y Morena en su conjunto, repitiendo la vieja liturgia de acarreo que ni la 4T ha podido jubilar: camiones, matracas, taquitos y agua embotellada como sacramento.
Y ahí, en medio de todo, la presidenta predicando contra la ambición personal. Ironía que en Guerrero se escucha como chiste de cantina: aquí la ambición no se disimula, se reparte en cargos, contratos y favores. ¡Y ajumala, calentano! Como grito de batalla.
En Chilpancingo hubo fiesta,
con mitin y con jalón,
la ginecocracia avanza
con matraca y con sermón.
Pero al reportero curtido
lo empujaron sin razón;
mentadas, golpes y agua,
¡así es la transformación!